Los milagros de cada día
I Días atrás fui a ver a mi hermana y la encontré conmovida por una visita previa. Había estado con una antigua compañera de la universidad que le había regalado unos frasquitos con agua bendita para que mejore de la gripe. Mi hermana me los enseñó. Tenían una etiqueta con la imagen de la Virgen María y, debajo de esta, la fecha de caducidad. La buena amiga, psicóloga de profesión, confiaba sin duda en el vigor milagroso del agua bendita. Me pregunté entonces cómo y por qué alguien puede tener tal convencimiento y no se me ocurrió ninguna respuesta satisfactoria. Mi hermana opina que es debido a que nos emplazamos en diferentes lados de la realidad, lo cual explica que tengamos distintos puntos de vista. El mío, por ejemplo, observa que, si acaso existe, Dios enfrenta insubordinaciones diarias. Él ordena una gripe y he aquí que la Virgen María, jerárquicamente inferior, puede neutralizar las decisiones de la Providencia a través de algún funcionario de la iglesia católica. Pero en el